lunes, 12 de junio de 2017

Soplo

Fue como un soplo, un susurro al oído, un abrazo al alma o tan solo un regocijo espontáneo. Ella lo sabía:  meditar era lo suyo pero la verdad es que, a los pies de la montaña, todo era distinto. Por un momento el diálogo se hacía evidente. Lo había conseguido. El trabajo de años daba frutos, y era la tierra quien le respondía ahora. ¿Era la tierra? Tenía un sabor distinto. Era cálido, sabio, profundo y humilde. No quería perderlo, no. Hace años que no sentía el ímpetu de querer controlar el tiempo, hacerlo eterno, moldearlo, usarlo a su antojo. Podía oírlo todo. Jamás imaginó que sería de esta forma, pues, si prestaba suficiente atención, su nombre se mezclaba con el ruido de fondo. Era el momento. Nadie le advirtió, le bastó valerse de su intuición y seguridad. Cerró los ojos y esperó. Semidesnuda, el calor y el frío se redefinían en un solo concepto. El dolor y el placer se camuflaban bajo un nuevo color. Los cinco sentidos se reunían en una orgía inminente de seis integrantes. Fue abrupto. Sus ojos se abrieron y se vio en frente, ida, de otro mundo, pues de seguro no existía nadie más libre que ella en ese momento. Se sentía arbitraria. ¿Era ese su verdadero origen? Se levantó con cuidado, no quería despertarse. Su propia imagen, aún frente a ella, permanecía dormida, inerte. Sabía que ahí no encontraría nada nuevo y, casi como un instinto, dio un salto. El destino era incierto, aunque esto no era novedad pero, según veía, no tenía opción y volver no era una, al menos no todavía. Su interior tenía una convicción inquebrantable. Algo sucedería: un encuentro, una ruptura, un nacimiento, una verdad. Deformado el tiempo, pudo presenciar lo efímero que este era. Comprimido el espacio, pudo notar lo irónico de su propia existencia. ¿Cronos tuvo algún comienzo? ¿tendrá un fin? ¿tiene un centro? ¿un creador? Tal vez nunca existió. Pero ya las preguntas no tenían sentido alguno porque, al fin y al cabo, ella no era más que un alma perdida producto de un salto al infinito. Al menos algo tenía claro: ya no era más un ser vivo, pero no por ello incapaz de pensar. Era una energía, libre de transformarse en lo que ella estimara. Y por lo mismo, fue entonces cuando entendió que el viaje no era eterno. No tardó en darse cuenta en que ahí estaba, el Universo que hablaba por sí solo. Su armonía era audible y el mensaje era claro. Entrelazada, y sin un sexo definido, las ideas se anclaron. Hizo el amor de forma inhumana, de forma perdida, ya inexistente entre nosotros. Entendió la delicadeza del caos, el goce inmaterial, la verdad intrínseca, el sentido perdido, la vida y su dualidad nihilista. Por un momento fue parte de una verdad absoluta, un todo capaz de enraizar cualquier ente a su alrededor. Supo entonces que la vida sabía mejor en esta nueva y más real forma de vivirla. Pero, por otro lado, tenía en cuenta que dejarse a ella misma sentada, mirando el vacío, arraigada allá en la tierra, no era propio de la sabiduría adquirida en aquella enriquecedora instancia. Era hora de volver y el Universo le concedió uno de sus impulsos. Solo pensaba en todos los secretos bien guardados que, ya sabiéndolos, podría compartir y hacer de los humanos seres más íntegros, más propios, más reales y tangibles. No duró mucho el retorno. He ahí, nuevamente, la misma mirada con la que partió, frente suyo. Ansiosa estaba, una nueva vida en la tierra le esperaba y, por supuesto, no solo a ella. Se acercó a sí misma y sin ningún cuidado previo se dispuso a mover su cuerpo de un empujón. Extraño, puesto que no le era posible hacer contacto. Fue entonces cuando intentó abrazarse a sí misma, pero nada. No se lo explica. Todo apunta a una ruptura entre mundos. No sería tan malo, podría regresar, volver a ser parte de un todo, pero necesitaba quitar de su mente el recuerdo de no poder salvar su cuerpo sumido en el sueño. Quién sabrá por qué, en un último recurso, no acudió más al contacto físico y, en cambio, se dedicó a suspirar frente a su cara. Un viento de energía. Un flujo de esperanza directo a su corazón. Pudo observar como el movimiento era efectivo, se vio a sí misma dividida, cobrando vida nuevamente. Llora, pues dentro de sí solo espera que la mujer al otro lado de la membrana divisora se haya llevado, aunque sea, un pequeño recuerdo de ni tan corto ni tan largo viaje. Y es que nunca sabrá que al otro lado se encuentra ella misma, con la mente en blanco, despertando inesperadamente por algo que ha dado directo en su rostro. Asustada, no se logra explicar qué fue. Solo recuerda haber sido como un soplo, un susurro al oído, un abrazo al alma o tan solo un regocijo espontáneo.

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